La conducta victimista puede llegar a ser tan adictiva como cualquier droga. Simplemente, llegamos a sentir que no tenemos la opción de dejarla y que nada puede cambiar: el mundo está en nuestra contra. Otros tienen el poder. Somos meros títeres en manos de “alguien” o “algo”. Nos manipulan. Quieren acabar con nosotros… Aunque este discurso puede parecer coherente en ciertos aspectos, el solo hecho de pronunciarlo implica una entrega inconsciente de nuestro poder. No obstante, si ampliamos la perspectiva, terminaremos reconociendo que no se trata de lo que hay “fuera” de nosotros (ese “alguien” que parece manipularnos), sino de lo que llevamos dentro: es en la mente donde se halla la creencia o programación victimista, no fuera. Desde ahí creamos nuestra realidad tanto a nivel individual como colectivo.
Aprendimos ese victimismo en nuestra infancia y adolescencia (a través de las experiencias vividas con la familia y en nuestro entorno más próximo, donde seguramente alguien nos hizo daño y no supimos cómo gestionar ese dolor), y posteriormente el victimismo se reforzó viendo cómo opera la sociedad, los medios de comunicación de masas, etc. El victimismo implica que alguien tiene la “culpa” y que no somos responsables de nuestra vida ni de la gestión de nuestras emociones. Para la persona con una visión predominantemente victimista, los “victimarios” pueden ser múltiples: el padre, la madre, la familia, la pareja, el gobierno, los políticos, la televisión, los seres “negativos” (en el mundo de la espiritualidad es muy común esta creencia), el jefe, los compañeros de trabajo… La lista es interminable. Como “ellos” están ahí, tú no puedes avanzar ni evolucionar. Pero es mentira. Se trata simplemente de tu creencia y de tu modo de pensar. Y te lo voy a demostrar con un sencillo ejemplo: ¿por qué personas que tuvieron una infancia terrible y que viven en la misma sociedad que tú se han superado a sí mismas y han construido una vida plena, abundante y enriquecedora? Simplemente porque trascendieron ese victimismo y, en algún momento, reconocieron el gran poder interior que tenían para construir una realidad distinta. Ellas no se escudan en seres negativos, en lo mal que está la sociedad o en lo que les sucedió en la infancia. Ellas asumen su responsabilidad, reconocen la sincrónica perfección de lo ocurrido en sus vidas y “crean”.
El juego aquí va precisamente de esto: de dejar de entregarles tu poder a personas o seres que, en ocasiones, ni siquiera son reales. La realidad que tienen es simplemente la que tú les das y proviene de tu programación victimista. Una persona alineada no se somete a otros seres: es responsable de sus pensamientos y emociones, y construye una realidad que trasciende el victimismo heredado y aprendido. Dice “no quiero esto en mi vida”, y toma la decisión de alinearse con lo que desea. Nada es lo que parece, e incluso el mundo de la espiritualidad a veces puede resultar engañoso, pues la perspectiva victimista siempre se cuela por algún resquicio: seres negativos, seres sutiles, influencias energéticas… Es el juego del miedo, y es adictivo (revisa el primer párrafo). Implica ponerte en “guerra” mental con algo que ni siquiera existe. Pero existe cuando empiezas a darle poder y a llenar tu mente con ello (así de poderoso eres). Por ello, aprende a dudar. No entregues tu poder tan fácilmente. Formas parte de Dios, de la Conciencia Universal, de la Fuente… Entonces, ¿por qué te autoproclamas pequeñito, sometido y carente de poder? ¿Quién te está enseñando que estás desconectado? ¿Quién te está desconectando de tu corazón y de tu poder creador consciente o inconscientemente? ¿A quién le interesa que te sientas vulnerable o plantar en tu mente la semilla de la guerra contra “alguien”? ¿Eres consciente de que cuando se habla de eso suben las audiencias en redes?… Aprende a discernir y a ser el dueño de lo que hay en tu mente, pues lo que tengas en ella la mayor parte del tiempo será lo que manifiestes una y otra vez (de diferentes formas) en tu entorno.