Lo recuerdo como si fuera ayer: finales del año 2007. Atravesaba un momento delicado a nivel físico, con muchos dolores de espalda y malestares asociados. Buscando por Internet, apareció el yoga como una de las principales disciplinas para mejorar el estado de la columna, de modo que, sin pensarlo demasiado, decidí iniciar su práctica de manera regular en un centro espiritual de mi ciudad. No tenía nada que perder. Unas semanas después, tras las primeras clases de yoga, comencé a notar un ligero alivio en toda mi espina dorsal que me dio ánimos para continuar. Al mismo tiempo (y esto terminó siendo lo realmente importante), me vi rodeado de libros de meditación entre los que destacaba la figura de Paramahansa Yogananda. Recuerdo que, cada vez que veía su rostro profundo y bondadoso en la portada de su libro Autobiografía de un yogui, una extraña sensación de familiaridad me embargaba. El centro de yoga al que acudía tenía multitud de ejemplares a la venta y, cada día, antes de la práctica, me topaba casi sin querer con los ojos penetrantes del maestro hindú, como si pretendieran decirme algo que en ese momento no terminaba de comprender. Fue así como entré en contacto con las enseñanzas metafísicas, la meditación y otros autores importantes en este campo, como Wayne Dyer o Eckhart Tolle.
Durante esos días, y por primera vez en mi vida, se me ocurrió revisar la sección de esoterismo y espiritualidad en una librería muy próxima al lugar en que recibía las clases de yoga. Y cuando quise darme cuenta, ya tenía un libro en las manos abierto por sus primeras páginas. Estas fueron exactamente las palabras que leí: “Nuestras vidas no son el resultado de actos y acontecimientos aleatorios. Las trayectorias vitales están previstas sabia y detenidamente para mejorar el aprendizaje y la evolución. Elegimos a nuestros padres, que suelen ser almas con las que hemos interactuado en vidas anteriores. Aprendemos de niños, de adolescentes y de adultos, y evolucionamos espiritualmente a medida que nuestros cuerpos cambian. Cuando el alma abandona el cuerpo en el momento de la ‘muerte’ física, seguimos el aprendizaje en planos superiores, que en realidad son niveles superiores de conciencia. Repasamos la vida que acabamos de abandonar, aprendemos las lecciones y preparamos la próxima existencia. El aprendizaje no termina con la muerte del cuerpo”. Me quedé atónito. Las lágrimas empezaron a brotar de mis ojos. Lo que acababa de leer era lo que siempre había sentido, pero nunca lo había visto reflejado por escrito de manera tan contundente y explícita. El autor de aquellas intrigantes palabras era Brian Weiss, médico y psiquiatra estadounidense mundialmente reconocido en el ámbito de las regresiones a vidas pasadas; en mis manos había “caído” uno de sus últimos libros: Los mensajes de los sabios. Tardé solamente un par de días en leerlo de principio a fin. Mi alma reconoció el mensaje y “recordó” que no era la primera vez que entraba en contacto con este tipo de enseñanzas.
La sincronicidad que cerró el círculo y terminó de activarme espiritualmente se produjo solo unos días después de mi visita a la librería, cuando me encontré “casualmente” por Internet con un gran ser que con el tiempo se convertiría en uno de mis mejores amigos. Entre charla y charla (la razón “aparente” de nuestro encuentro había sido nuestra gran afición por la magia y el ilusionismo), esta persona me puso en contacto directo con la obra del escritor español J. J. Benítez, unos de los principales investigadores a nivel mundial del fenómeno ovni, la vida después de la muerte y el mensaje “oculto” de Jesús de Nazaret. No tardé en hacerme con la mayoría de sus libros, los cuales devoré con una pasión desconocida para mí. Fue como volver a la infancia…
Si echo la vista atrás, todavía me entran escalofríos: todos los acontecimientos que acabo de relatar sucedieron en apenas un mes, y marcaron claramente un antes y un después en mi plan de vida. Por ello, hoy sé de primera mano que no existen las casualidades y que todo obedece a un orden cósmico que es perfecto y sincrónico, aunque nuestra mente humana no lo comprenda. Si alguien me hubiera dicho que unos años después de ese intenso 2007 dejaría mi trabajo en el mundo de la edición y comenzaría a dedicarme a orientar a las personas en su propio camino de evolución, me habría reído a carcajadas. Pero ese es precisamente el mensaje que tengo para darte: si en este momento no le ves sentido a nada o sientes que tu vida se derrumba, sigue caminando. Sigue confiando. Sigue tu intuición…
Lo que te espera es mucho mayor que lo que has vivido hasta este momento.